Los pies del Señor...

Los pies del Señor... anclados al madero de la Redención, por un clavo negro y afilado. Símbolo de la cristiandad, sagrado crucifijo que redimes los pecados del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero que quitas las manchas de los corazones, ten piedad de nosotros. Hijo de Dios que nos acoges con los brazos siempre abiertos, danos la paz.

El Señor ha expirado y apenas su cuerpo recién inerte se sostiene en el madero de nuestros quebrantos. Todo se ha consumado, y por los pies del Señor aun calientes resbala su preciosa y divina sangre redentora.

José de Arimatea, totalmente vestido de negro se acerca cautelosamente al calvario, con un lienzo blanco e inmaculado, un sudario que le sirva para envolver el cuerpo del Señor. Un lino puro y recién adquirido en el mercado de Jerusalén.

Un soldado romano ataviado con capa azul de greca plateada y con casco de abundantes penachos negros, como negro se ha puesto el cielo, le cierra el paso con su mano alzada y en la otra una amenazante lanza aun impregnada con la Sangre del Redentor, y el anciano bueno del sanedrín le enseña un salvoconducto firmado por Pilatos en persona.

Ambos dos, José de Arimatea y Longinos, el soldado romano que acaba de atravesar el bendito costado del Señor, observan como un compañero de este último, un viejo Centurión de la Legión Romana, curtido en mil batallas y casco en mano, se apoya en el madero afligido y desconsolado... y solo se oyen unas palabras... entre lágrimas y el dolor por la muerte de un hombre bueno...

"Vere filius Dei erat iste"... Verdaderamente, Este era el Hijo de Dios...

El Misterio de la Redención, con el que siempre he soñado...

cada vez que he tocado los pies del Señor...