Los que se meten bajo la oscuridad del faldon

martes, 6 de noviembre de 2012

Hoy... Réquiem... por mis heridas...

Esta mañana, como todas las que pasan día tras día, y por las que siempre te agradezco el volver a abrir los ojos un nuevo amanecer, te he vuelto a ver. Justo antes de salir de casa. Pero hoy, aunque ya lo sabía interiormente y mi mente no deja de pensar que así es desde hace mucho tiempo, hoy me he dado cuenta de que todo ha cambiado. Todo... Yo no soy el mismo, o eso quiero muchas veces pensar. Mi situación personal, laboral, afectiva, sentimental, cofrade, místico-lúdica, física, mental, etc, etc, etc... tampoco lo son. Nada es igual. Todo cambió. Ya hace mucho tiempo. Lo sé. Pero hoy lo he sentido, si cabe aun más profundo. Con ese pinchazo hondo, que tan solo escuece donde solo te pueden llegar a dañar de verdad, lo que hay más allá del corazón. Esos gramos de más, que soltamos con el último hálito de vida...


Y hoy, al despedirme de Ti como todas las mañanas, me he dado cuenta una vez más, de que no somos nada sin vuestro amparo, y con nuestra ilógica lógica de sentiros tan dentro. ¡¡¡Pero si por cambiar, hasta Tu has cambiado!!!... Te veo cada mañana, siempre, al salir de mi casa. Antes de apagar la luz de la entrada, te acaricio la cara. Para mi solo te pido, lo de siempre... volver. Sano y salvo. A poder ser completo. Y para los demás, lo mismo de siempre, nada más y nada menos... que Salud... que no les falte... y para mi, que mi alma no sufra más de la cuenta, por obra propia y ajena... se que soy un poco egoísta  Lo sé... pero es lo que te pido... ¿de qué me serviría a mi, vivir con Salud, pero con el alma herida de muerte?... ¿de que me sirve, bajo Tu palio y Tu manto protegerme, si mi alma está marchita y malherida?...

Bueno. Yo por mi parte, lo dejo estar... Hecha la petición, tan solo me quedará esperar... Si he de ser sincero contigo, Señora, el daño ajeno cada vez me daña menos. Y el propio sigue haciendo su mella eterna y constante. Esa herida que sangra perenne, en nuestros silencios, esos silencios solamente ruidosos a nuestros oídos, de noches oscuras y eternas en las que no somos capaces de pegar un párpado con el otro,...esos silencios que parten en dos mitades imperfectas esos gramos de más, que llevamos todos con nosotros... 

Los daños que nos hacemos a nosotros mismos son mucho más pesados de llevar y de afrontar, que el daño que nos producen siempre desde el exterior. Por que muy cercano y dentro de uno, debemos de llevar a una persona, para que su daño penetre donde solo puede hacerlo el daño propio. El de uno mismo, con uno mismo...


Los destrozos que en el alma uno mismo se produce, son terriblemente difíciles de reparar. Por eso, cuando el desgarro es acariciado con uñas que no son tuyas, pero que tu permitiste dejar pasar, dejando al descubierto lo que atesoras tras el corazón latente, y lo hiciste hasta que terminaron acariciándote la misma alma, no puedes echar culpas a nadie más que a ti mismo. Por permitirlo. Por no estar atento a aquello que en su día te hizo estremecer, pero no le diste importancia. No se les pueden echar culpas a los demás, cuando somos nosotros mismos,  los que permitimos que abriendo nuestra caja torácica de par en par, el touché de espada sea certero, preciso, en las distancias cortas... tan cortas, que la estocada va mucho más allá del corazón...

Me río yo, de aquellos que hablan de corazones partidos, sin mirar ni siquiera de reojo el de los demás. Me río yo, de aquellos que se quedan nada más que en un corazón sangrante, malherido, apuñalado siete veces siete, si tan solo lo logran ver bajo un palio doloroso de Mater Servita. Me río yo, de aquellos que se mofan de haber tenido todo el tiempo del mundo para encontrar las piezas de un corazón roto, (por lo visto debió ser de cristal), y que ya nadie reparará, por mucho que se empeñen en tararearnos una y otra vez tan manido estribillo bisbaliense... 

Pero... ¿y el alma?... ¿y el dolor que causan en tu alma?... nunca escuché a nadie cantar por un "alma partía" en los cuarenta principales... No hay cura para aquel dolor que martillea tu alma y que va ligado a lo que tu memoria y tu cerebro tratan día a día de seguir demostrándote que ahí están... que son, que existen y que por más que uno quiera, no podemos borrar. Ni una palabra. Ni un gesto. Ni un adiós. Nada borra los daños en el alma,... más que uno mismo... consigo mismo... y aun así, dudo mucho que podamos borrar por nosotros solos, algo que no sabemos como encauzar... ¡¡¡si no sabemos siquiera, de manera concreta y certera, que es el alma!!!... 


Pero sí podemos hacer una cosa. Y yo la he hecho esta mañana... plantarme delante de Ti, y pedirte que si he de vivir con este dolor, no lo quiero. Así que me despojo de el, y lo mando al mismo carajo. No quiero saber nada de un dolor que no me permita ser quien soy, quien quiero ser, y quien siempre fui... antes, durante y después del mismo daño... sea externo, como fue, para convertirse poco a poco, en un terrible infierno interno que he de vivir conmigo mismo todos los días... y ya, pues hoy me he dado cuenta de que no lo quiero. Ni lo quise, ni lo quiero, ni lo querré... 

Mi vida, como dije al principio, ha cambiado. Ya nada es lo que era, ni de lejos. Solo me queda el amparo de los míos, esos que llevo tan dentro y que tan solo yo se quienes son. Las sonrisas-besos-abrazos de mis hijos. Las palabras-gestos-hechos de aquellos cercanos, que aun pudiéndome dañar tan dentro como para que la estocada siga siendo una y otra vez mortal, ellos mismos procurarán sanar la herida, o incluso quien sabe, lo mismo se apiadan de lo que está detrás de mi corazón, abierta de par en par para ellos mi caja torácica,... o eso siempre pensé y creí... ¿o acaso el problema que tengo, es precisamente ese?... ¿que confío en los demás?... ¿que dejo entrever la rendija por la cual se accede mucho más allá de mi corazón?... ¿cambiaré algún día, Señora?... 

Yo creo que no. Por mucho que cambie mi vida, como ha sido y esta siendo... aunque sepa que ningún día será igual al anterior, ni ningún día siguiente será ni por pensado, parecido a lo que antaño ya se vivió... yo no cambiaré...


Todo cambia. Menos yo. Incluso hasta Tu has cambiado... así que hoy, egoísta de mi, te pido Salud. La física, como siempre... y la del Alma, como de costumbre... y una tercera "salud entrecomillada", yo que soy tanto de ese impar que me da, me dio y me seguirá dando vida. Hazme el favor, y concédeme el descanso eterno para mis heridas. Descanse mi alma tranquila, aun estando yo mientras en vida... y a los que intenten una vez más, herir mi alma descosida, dame la fuerza de voluntad para mantener mi ira fuera del alcance de ellos... y de mi... porque yo no soy nadie para juzgar a nadie... pero si soy humano, para enfrentarme a otro de mi misma raza y especie... no juzgaré, pero también te digo, que no retrocederé ante la calumnia y la mentira... ante la sinrazón y la falacia... y aunque me pueda llegar a imaginar, el castigo que me ha de llegar... prefiero no pasar en vida un infierno... 

Dame Salud, Señora... intercede por mi ante Dios, Tu Hijo, Nuestro Señor.. y concédeme el descanso necesario para mis heridas, aquellas mismas que me hicieron mis hermanos... aplaca mi ira, Señora, a diario, cada día que al salir por esa puerta no me frene ante Ti,... porque hay días, que sin Ti, nada sería, y sería nada de mi... 

Y ese día es hoy,... y hoy es de día de Réquiem... por mis heridas...

"Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis"... 
(«Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua.»)


Texto original en latín
Dies iræ, dies illa,
Solvet sæclum in favilla,
Teste David cum Sibylla !
Quantus tremor est futurus,
quando iudex est venturus,
cuncta stricte discussurus !
Tuba mirum spargens sonum
per sepulcra regionum,
coget omnes ante thronum.
Mors stupebit et Natura,
cum resurget creatura,
iudicanti responsura.
Liber scriptus proferetur,
in quo totum continetur,
unde Mundus iudicetur.
Iudex ergo cum sedebit,
quidquid latet apparebit,
nil inultum remanebit.
Quid sum miser tunc dicturus ?
Quem patronum rogaturus,
cum vix iustus sit securus ?
Rex tremendæ maiestatis,
qui salvandos salvas gratis,
salva me, fons pietatis.
Recordare, Iesu pie,
quod sum causa tuæ viæ ;
ne me perdas illa die.
Quærens me, sedisti lassus,
redemisti crucem passus,
tantus labor non sit cassus.
Iuste Iudex ultionis,
donum fac remissionis
ante diem rationis.
Ingemisco, tamquam reus,
culpa rubet vultus meus,
supplicanti parce Deus.
Qui Mariam absolvisti,
et latronem exaudisti,
mihi quoque spem dedisti.
Preces meæ non sunt dignæ,
sed tu bonus fac benigne,
ne perenni cremer igne.
Inter oves locum præsta,
et ab hædis me sequestra,
statuens in parte dextra.
Confutatis maledictis,
flammis acribus addictis,
voca me cum benedictis.
Oro supplex et acclinis,
cor contritum quasi cinis,
gere curam mei finis.
Lacrimosa dies illa,
qua resurget ex favilla
iudicandus homo reus.
Huic ergo parce, Deus.
Pie Iesu Domine,
dona eis requiem. Amen.
Traducción
Día de la ira, aquel día
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
La trompeta, esparciendo un sonido admirable
por los sepulcros de todos los reinos
reunirá a todos ante el trono.
La muerte y la Naturaleza se asombrarán,
cuando resucite la criatura
para que responda ante su juez.
Aparecerá el libro escrito
en que se contiene todo
y con el que se juzgará al mundo.
Así, cuando el juez se siente
lo escondido se mostrará
y no habrá nada sin castigo.
¿Qué diré yo entonces, pobre de mí?
¿A qué protector rogaré
cuando apenas el justo esté seguro?
Rey de tremenda majestad
tú que, salvas gratuitamente a los que hay que salvar,
sálvame, fuente de piedad.
Acuérdate, piadoso Jesús
de que soy la causa de tu calvario;
no me pierdas en este día.
Buscándome, te sentaste agotado
me redimiste sufriendo en la cruz
no sean vanos tantos trabajos.
Justo juez de venganza
concédeme el regalo del perdón
antes del día del juicio.
Grito, como un reo;
la culpa enrojece mi rostro.
Perdona, Señor, a este suplicante.
Tú, que absolviste a Magdalena
y escuchaste la súplica del ladrón,
me diste a mí también esperanza.
Mis plegarias no son dignas,
pero tú, al ser bueno, actúa con bondad
para que no arda en el fuego eterno.
Colócame entre tu rebaño
y sepárame de los machos cabríos
situándome a tu derecha.
Confundidos los malditos
arrojados a las llamas voraces
hazme llamar entre los benditos.
Te lo ruego, suplicante y de rodillas,
el corazón acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo de mi destino.
Día de lágrimas será aquel renombrado día
en que resucitará, del polvo
para el juicio, el hombre culpable.
A ese, pues, perdónalo, oh Dios.
Señor de piedad, Jesús,
concédeles el descanso. Amén.

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Foto cedida por Victor Ovies, de su web www.granadaphoto.com

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