Los que se meten bajo la oscuridad del faldon

viernes, 15 de marzo de 2013

Mi Gólgota particular...



Mi Gólgota particular... eterno, personal, único e intransferible...

Todos tenemos nuestro Gólgota particular en nuestras vidas. Cada cofrade tiene el suyo. Y lo encontramos en los sitios a veces más insospechados. Y la mayoría de las veces, en aquellos que ni siquiera podemos llegar a imaginar. Pero nos llegan. Quizás, cuando menos lo esperamos. De forma clara, directa y concisa. Y te golpéa de tal forma, que ya no puedes desprenderte jamás de ese gólgota que es personal, único e intransferible. Y mal aquel que lo haga, pues no hay nada mejor y más cabal para poder continuar siempre nuestras vidas y nuestros propios caminos, que al menos, saber perfectamente de donde venimos...

Unos, encuentran su gólgota al amparo de alguna plazoleta recóndita y escondida, de esas que en Granada te encuentras al revolver una esquina de algún callejón estrecho y blanqueado. Otros siempre soñaron el suyo, hasta que lo hicieron posible, tras el misterioso halo que nos deja una hermandad silente de calle angosta y que serpentea formando un haz luminoso de fe en ardienta llama siempre encendida, tras el que se reza descalzo al paso de un milagroso cristo cansado y abatido en la cruz, mientras resuena el tañer de campanas de duelo que martillean los tímpanos de quienes estamos a pie de acera. O lo encontraron en barrios del centro, tras un cristo maniatado y abofeteado por todas nuestras culpas... y por todos nuestros pecados... al que a mi me llevan siempre todas las calles...

Seguro que muchos, los que más, encontrarón su querencia en aquel barrio que tan solo nombrarlo, para los que no somos nacidos en el, nos huele a incienso, flor y cera... (aunque muchos de nosotros, hayamos hecho nuestro ese barrio, a base de chicotás soñadas al amparo de la oscuridad que nos ampara bajo el faldón). Y que además, coincidirán ustedes conmigo, que dicho barrio tiene una calle que le da sentido a todo esto de las cofradías de alguna manera. Jesús y María... y no hay mejor nombre que ese, para una calle cofrade en toda Granada... ni en ninguna otra ciudad...

Para algunos, su gólgota es tan solo el sentir devocional, de esa imagen que fuese antaño santo y seña de sus padres y/o de sus abuelos, hayan nacido ellos donde fuese y así les tuviese Dios predestinado. Y para otros, para muchos otros, tan solo nos sorprendió nuestro particular gólgota, de buenas a primeras. Sin tener unos precedentes cofrades anteriores en casa. Ese es mi caso... ni padres costaleros, ni abuelos cofrades, ni tíos capataces, ni familiar alguno que hubiese vestido jamás el hábito de aquellas hermandades con las que mi barrio por aquel entonces, aun no contaba. Y os lo cuento... a mi, ese Gólgota particular, me sorprendió apenas con la edad en la que un niño no tiene más pensamientos diarios que los de jugar con sus amigos y compañeros a darle patadas a una pelota en el patio de un colegio. Ese colegio casi recién llegado al barrio apenas una década antes, y donde en un solar de chinos sin asfaltar, me dejaba las rodillas de un chandal azul y amarillo. Esas mismas rodillas que mi madre zurzía y parcheaba con tanto amor y esmero tarde tras tarde, para que yo pudiese volver a ponermelo al día siguiente, mientras yo merendaba al amparo de un vaso caliente de leche de alguna vaquería cercana, un cachico de pan con mantequilla, y la grata compaña de los payasos de la tele. Eso sí,... si ya había hecho antes los deberes...

Y allí, en ese preciso y precioso patio que guarda tantos arañazos y tanta sangre de mi sangre, me cogió de sorpresa la llegada de una bella mujer, de pelo moreno, moño tallado, pálida y anacarada faz, y que con gesto doliente y marcado semblante de dolor - al menos eso me decían aquellas lágrimas impares que resbalaban por sus mejillas - se me clavó tan dentro de mi pecho, que a día de hoy, no he conseguido sacarla. Ni quiero. Simplemente, llegó. Y cuando comprendí, que era la Madre de aquel que años antes ya reinaba en aquel pequeño reino que para mi era mi colegio, y al que apenas podía tocar tras aquella reja negra forjada por hombres, supe que mi Gólgota particular, había llegado a mi vida. Y a mi barrio...

Y llegó, por que mi barrio estaba huérfano y carente de aquellas hileras de fantasmales figuras alargadas que iluminaban las noches, que así las ven los ojos de un niño, y que con sus pavilos encendidos y sus caras tapadas, rendían honor y pleitesía al Hijo de Dios y a su bendita Madre María Santísima, ya desde hacía muchos años en otras zonas de nuestra querida ciudad de Granada. Yo sabía de otros gólgotas, porque a mi abuelo Ricardo, "El Papi", bien que le gustaba visitar al Señor de los Favores todos los viernes, o algún domingo que otro, para dar una vueltecica muy granaina y comprar saladillas en ese bendito Campo del Príncipe, previo paso algunas veces por las monjas para visitar a la Misericordia infinita de una Virgen morena del alto Realejo. Y sabía de otros gólgotas, por que algo que no sabes que es, ni falta alguna que te hace, te pellizca el alma,... y a mi ese pellizco siempre me llevó a investigar y estar informado, de que era aquello que se cocía en la otra orilla del río, al llegar la primavera...

Y no lo dudé. Ni un instante. Ese sería mi gólgota particular. Ese era el momento. El momento de un barrio joven en el tiempo, pero sábio de gentes sábias que lo fueron poblando tras sus migraciones albaicineras y castizas desde otros barrios del centro de nuestra ciudad, y que creado con el sudor y las fatigas de hombres buenos y currantes, se abría paso dentro de un mundo hasta la fecha desconocido para sus anchas avenidas y su arquitectura modernista y desarbolada, que mezclaba casas de tres plantas con tejados, con aunténticos mastodontes de ladrillo, acero y cemento. Un barrio que crecía y había crecido, sin el candor de un ascua encendida al llegar Semana Santa. Y que ahora, fruto de aquel esplendor cofrade y costalero de los años ochenta, se veía inmerso de buenas a primeras en un mundo tan desconocido, como necesario. El de las Cofradías.

Y digo bien. Necesario. Necesario por que nuestras cofradías, desde aquellos años, han dado mucho al barrio. Han conseguido, que aquellas avenidas anchas, feas y desnudas de ese encanto cofrade, y de ese calor que abriga el pecho al pasar un paso de palio, se vean amparadas ahora por sus habitantes, al paso de los pasos. Esas cofradías y hermandades, que han permitido que muchos zaidineros y zaidineras hayan encontrado su gólgota particular. Esas cofradías, vecinas todas y hermanas de un mismo barrio, han conseguido con Trabajo y sacrificio bañado en Agua y Sangre de un bentido costado moreno, su particular Redención por aquella temeridad que cometieron sus vecinos. Fundar cofradías. Un Triunfo, si se sabe mirar y valorar ahora con el tiempo, en un barrio que estaba carente de ellas. Desprovisto de misterios...


Misterio que hoy acompaña todo un barrio al llegar un Lunes Santo para hacer de la Avenida de Dilar una callecita estrecha donde poder ver pasar cofradías. Dolor de Dolores que se ampara hoy en un palio rojo cardenalicio, y que se pasea un Martes Santo al compas de caderas de mujer, que son hijas y madres de las hijas de mi barrio. Un barrio que abre los cielos azules y consigue despejarlos, para que en tardes de Jueves Santo el sol pueda brillar también en otros lares de callejuelas adoquinadas y fachadas encaladas donde los halconeros siguen haciendo de las suyas. Y como no, un barrio que con el tiempo, se ha encargado de poner broche de plata y oro a nuestra semana santa, con un paso de palio que nos dice a todos los granadinos, que el Señor ha vencido a la muerte...

Y aun se preguntan algunos, ¿que será lo que tiene mi barrio?...

Pues tiene eso. Ni más ni menos. Tiene y contiene, los inumerables gólgotas particulares de cada uno de sus vecinos. Esos que sin esperanzas marianas ni risueñas, la mantienen viva por conservar hoy en día sus puestos de trabajo, para que el pan y el vino no deje de llegar a las mesas de los suyos. Esos gólgotas de aquellos que sin tener auroras ni estrellas, se marchan abandonando sus camas cada día al amanercer, aun recién puestas las calles con el fresquito de sus mañanas, para que su barrio siga vivo. Eso es lo que tiene mi barrio. Y bendito el día, en el que a unos cuantos locos tocados por la varita del Señor, se les ocurrió la genial idea de fundar y crear cofradías en él y para El. Para Dios y, para su barrio... y tiene, para terminar de decirles a ustedes que tiene mi barrio, mi gólgota particular. El mío...

Ese que yo me encontré en un lugar con grandes y amplias avenidas, al amparo de un colegio salesiano, situado en un barrio trabajador como es el barrio en el que yo me críe. Ese barrio en el que vive, muere y reina, el Señor que todo lo perdona y que es desde entonces, "el vecino de mi madre". El Santísimo Cristo de la Redención. Ese gólgota mío y particular, que siempre sueño y soñaré, caminando entre azules del cielo con crespones negros por la muerte del bendito, acompañado de imaginarios legionarios romanos que lloran la perdida de un hombre bueno, mientras el de Arimatea se acerca a la cruz, cargado con un sudario de lino recién comprado antes de que caiga el sol que da paso al Sabath...

Ese gólgota particular, muy mío y eterno, que me quema el pecho desde el primer día, donde detrás y como siempre, camina hacía Granada toda la Luz y toda la Caridad de un barrio de hombres buenos y mejores mujeres, que con mucho Trabajo y bastante sacrificio bañado año tras año en agua y sangre de aquella Lanzada que abriese el costado de un cristo moreno, marcha cada primavera formando regueros luminosos de fe, para cruzar el río y visitar Granada. Esa Granada cofrade, de la que siempre quisieron formar parte los vecinos de mi barrio, por mucho que los vientos soplasen siempre, o casi siempre en contra. Y lo hicieron, simplemente para poder llevar y repartir al resto de los cofrades de esta ciudad, lo más preciado que todo ser humano puede y quiere tener, poseer y mantener. Por encima de cualesquiera otras riquezas. Y eso, no es otra cosa, que la Salud...

La Salud... la de todo un barrio,... la suya,...  la de los suyos,... la vuestra,... la de todos los granadinos... aquella que repartimos a manos llenas, atravesando puentes y corazones. La Salud que me lleva quitando la vida, el mismo tiempo que me la lleva dando... la Salud de mi alma, y de mi corazón.

Ya saben. Todos tenemos nuestro Gólgota. Nuestro calvario particular. Y el mío ha sido y es mi barrio. Ha sido y es mi Cofradía Colegial y Salesiana. Y ha sido y seguirán siendo las hermandades nunca mejor dicho, hermanas de mi barrio. Un barrio sin más cuna que el estar bañado por dos ríos. Y un barrio sin más afán de protagonismo que el de sus vecinos, que no ha sido y que no es otro, que el querer evangelizar con sus cofradías cansadas de tan largos caminos.

Pero eso sí... llevamos nuestros cortejos a Granada ya desde hace tres décadas impares, tras muchas y largas horas de viaje, y es posible que lleguemos siempre algo cansados. Disculpen nuestro atrevimiento... disculpen nuestra tremenda osadía cofrade, por pretender hacer lo que otros hermanos nuestros llevaban haciendo ya muchos años, al otro lado de la orilla... disculpen la tardanza en llegar con nuestros regueros de fe hasta las mismas puertas de la Santa Iglesia Catedral... por que bien que han valido la pena estos treinta años de Semana Santa en el Zaidín. Por que los cofrades de esta ciudad, saben ya todos como llegamos a Granada... pero lo que pocos o muy pocos saben, y eso si que nadie nos podrá quitar ya, es la manera en la que volvemos...

Y es que regresamos siempre a nuestro barrio,... hinchados de Dios...

Porque todos los años volvemos así a nuestra casa. Hinchados de Dios, tanto, que se nos escapa por los poros de nuestra piel, el resto del año. Así volvemos los del Zaidín a nuestro Gólgota particular... ese que siempre será eterno, personal, único e intransferible... y lo que es más importante. Les estamos dejando un legado cofrade a las generaciones futuras, y eso si que es una gran labor. Para que llegado el día de mañana, nuestros hijos y nuestros nietos, si el Señor nos los da y nos permite ver sus caritas algún día, ellos si que puedan decir alto y claro, aquello de... "Yo soy de la Cofradía de mis padres, o de la de mis abuelos. Yo soy, de la cofradía del barrio que vió crecer a mi padre o a mi madre,... a mi abuelo, o a mi abuela. Yo soy,... de una cofradía del Zaidín"...

Francisco Abuín

PS: Yo me considero un afortunado, y por ello le doy gracias a Dios Nuestro Señor, todos los días. Por que he tenido la gran dicha, no ya de que mis hijos puedan y digan eso. Si no que he tenido el tremendo honor, de compartir ya chicotás bajo un palio azul de amor salesiano, que para mi y para él se quedaran guardadas ya para siempre en el arcón de nuestra memoria. Larga vida al Zaidín Cofrade. Larga vida a mi barrio. Larga vida, Señor, a mi Gólgota particular. Que así sea, Señor. Que así sea.

Pd: es un artículo impar... Tiene 3 páginas, como no,... y termina en la 30... las cosas del Señor...

Presentación Gólgota el pasado 11 de Febrero

Artículo Editado en la Edición de Cuaresma de Gólgota 2013 - Granada
Gracias a Luis Javier López, Director de dicha publicación, por su confianza y su ofrecimiento, para que este que os escribe por aquí de vez en cuando, haya podido participar en una revista que llevo y tengo, desde su primer ejemplar en 1989. Ya ha llovido, pero se hace bueno el dicho aquel de "nunca es tarde, si la dicha es buena"...

El palio más romántico de Granada - La Virgen de las Maravillas

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Foto cedida por Victor Ovies, de su web www.granadaphoto.com

El Misterio de los Misterios - La Santa Cena Sacramental

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