Los que se meten bajo la oscuridad del faldon

viernes, 17 de diciembre de 2010

Silencios...

Te aconsejo, querido lector, que antes de leer esta entrada pares el reproductor o le quites la voz a tus altavoces. Es solo un consejo, pero mentiría si nos os digo de antemano, que esta entrada se ha escrito en el más estricto de los silencios, y así me gustaría a mi que fuese leída por todos los que tenéis a bien alojarse bajo la oscuridad de esta faldón.

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Silencios... que bonitos son tus silencios, Padre mío. Que tremenda la oscuridad de la noche que nos envuelve y nos da paso a otra que seguro que está por venir, y que llamaremos la siguiente. Siempre es de noche, al menos para mi. La luna no existe. Solo existen los silencios. Al amparo de las sombras busco refugio y perdón para mi condena y los pecados que me llevaron a ella. No se encuentran las palabras ante tu muerte tan fría y tan repentina. Anoche, en el cenáculo de los misterios nos dejabas tu legado de Hombre y de Dios, convertido en pan y vino. Y hoy... hoy te encuentras colgado como la ropa vieja y usada, desamparado al viento, la lluvia o la escarcha de estas madrugadas que arrecian en nuestra ciudad. Malherido como un león acorralado. Desangrado como el cordero que en pascua gritaron las escrituras. Inerte como la roca que es fría y no da calor. Y en silencio... en profundo y constante silencio...

En el más profundo y constante de los silencios... y es que hay silencios que cortan como espadas. Y otros que hieren y te matan lentamente pero no te dejan morir del todo. Hay silencios que se soportan o al menos se intenta. Silencios que estoicamente se miran de frente, y otros que ni siquiera los ves "de venir". Silencios en los que intentas guardar la compostura. Silencios en los que te tambaleas y crees perder la noción del tiempo, del espacio y de lo que te sustenta bajo los pies. Silencios largos y lentos. Silencios espesos y abandonados, en los que nadie es capaz de respirar. Dicen muchas veces que hay personas silenciosas, que son mucho más interesantes que los mejores oradores. Los silencios son marchitos si nadie los capta, y terriblemente crueles para aquellos que si los escuchan. A veces, el silencio es la mayor y la peor mentira. Y también dicen que hay que guardarse de un agua silenciosa, de un perro silencioso y de un enemigo silencioso. Estos silencios no son para nada comparables con el tuyo, Señor, pero todos ellos me hieren y como la arena del desierto para el viajero fatigado, son lo mismo que los silencios de las conversaciones incesantes de los amantes de sus propios silencios. Soporto incluso aunque herido de muerte, el silencio de una playa sin olas. Soporto Señor, y Tu lo sabes, el enterrarme y esconderme bajo la arena si se tercia y permanecer en silencio, alejado, aislado, herido y callado...

Pero tu silencio, el tuyo... me mata. No puedo aguantar más un segundo contemplando tu silencio, porque yo soy de los que los oyen, de los que los captan, y de los que se envenenan con el... con tu silencio... y tu Silencio, Señor,... es el más fuerte de los ruidos y quizás de los ruidos el más fuerte...

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Foto cedida por Victor Ovies, de su web www.granadaphoto.com

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