Los que se meten bajo la oscuridad del faldon

sábado, 26 de febrero de 2011

En la Mar de tu Redención...


En la Mar de tu Redención. En la inmensidad de la Mar y en la profundidad de sus aguas. En la paz que se refleja en sus leves ondulaciones cuando están quietas y mansas. En el rugido de las olas golpeando contra el espigón, al revelarse contra su propia naturaleza. En el vuelo de las gaviotas rondando las sobras de las barquitas que pescan de tu fuente inagotable de vida y víveres. En el profundo azul aturquesado con el que nos recibe la mañana cuando los primeros rayos de sol calientan tus aguas. En el intenso azul verdoso de los mediodías soleados. En el eterno azul violáceo y rosado a partes iguales del atardecer, mientras el astro rey se pierde en el horizonte y nos deja paso a la noche estrellada. En los reflejos plateados de las noches de lunas que no existen, porque Tu eres la única verdad. 


En las orillas que deshabitadas esperan que alguien naufrague y desembarque en ellas y pisar sus desiertas arenas, para que las huellas luego sean borradas por las olitas juguetonas y traviesas. En la sal que nos da la vida y nos la quita a partes iguales. En la espuma que nos refresca y se impregna en nuestra piel, hasta ser parte de nosotros mismos. En el beneficio de pasar junto a la Mar horas y horas de paseo, o de sosegada quietud sentado frente a su poder pasmoso que aun en tardes de calma nos avisa y nos hace estremecer. Nos abruma su inmensidad, aun estando quieto, dócil, casi que tímido y tremendamente sumiso. Y nos encanta a los que nos gusta la Mar, su bravuconería ancestral cuando algo no parece sentarle muy bien. Y entonces se nos viene arriba y nos dice, que aquí está...


En la mar... siempre te veo en ella, Señor. Siempre. Me gusta bajar y estar con ella. Me encanta abandonarme en mañanas soleadas y atardeceres inmortales y eternos que siempre, siempre quedarán en mi retina. Desde que tengo uso de razón, se que acabaré mis días junto a la Mar. O al menos se intentará. No hay maneras más divinas y sentidas que sentarse frente a la inmensidad de sus aguas y saber que estás ahí. Decirte las cosas, muchas veces cara a cara, sin el sufrido madero de por medio, sin la cruz caída, sin el despojo de tus sagradas vestiduras, sin la mejilla maltrecha, sin los favores cumplidos a las tres de la tarde y sin ponerle caras a tus advocaciones con las que pierdo la poca cordura que me pueda quedar. Sentir el poder y la calma que desprende siempre tu Mar, Señor.


Notar su magnifica presencia, y la tuya. Que el viento nos mueva el pelo y nos apuñale el alma, hasta destrozarla y hacerla girones, mientras sentados miramos a la Mar... y te decimos por lo bajini, que es lo que queremos, que es lo que nos duele, que nos asfixia, que es aquello que esperamos, que es lo que nos hace sentir mal, que puede ser lo que nos da la vida, y por lo que estaríamos dispuestos a morir, si es que hay que morir alguna vez por algo... y todo ello frente a la Mar, con la mirada cristalina y el corazón retumbando al compás de una batería de tambores destemplados que le dan el toque cofrade y costalero al andar de mi vida... sin dobleces en el alma, totalmente desnuda y al descubierto, desprotegida de todo y sanada con la calima, la salitre, el yodo y el beso que me deja en la comisura de los labios una gota de agua salada que me salpicó, ya no se ni cuando fue... y vayan a creerse que me preocupa mucho el hecho de saberlo. Me quedo con que lo se,  y que con eso tengo bastante...


Y Tu, Señor... mi Cristo de rodillas maltrechas, manos y pies clavados en un madero cruel, sudario descolgado y atravesado por un clavo hostil y traicionero, Tu hoy has sido Mar... más Mar que nunca. Esa misma Mar que inunda las aceras en tardes de jueves santo. Esa Mar que se refleja en unos capillos teñidos con el color de tus aguas. Esa misma Mar que se desborda al llegar a la Carrera de la Virgen, para anunciar que el Redentor de los hombres, va muerto por todos nosotros, y por mi culpa, por mi culpa, por mi tremendísima y asfixiante culpa. Y hoy has sido la Mar, esa misma que produce esa marea incesante de luces tintineantes, al recogerte a la deriva de nuestras plegarias cuando llegas a tu barrio. Tu hoy has sido Mar... y no hay sitio donde yo te vea mejor, más claro y de manera más sentida, que mirando a la Mar... 


Señor, tu que todo lo puedes, hoy has inundado las almas de cuantos hayan ido a escuchar tu cartel. Las mismas almas, que al llegar Semana Santa, estrecharán sus vínculos cofrades contigo y con Granada. Cartel con el que te nos presentas a Granada este año, para anunciar una vez más que el poder de Dios humano, sucumbirá al de Roma y al de Jerusalém, pero con un as guardado en la manga como siempre. Como cada año. No se como será la instantánea, pues ya la veré. Y no lo se, porque no lo he querido saber. No se lo que te habrán dicho bajito y al oído, como se deben de decir estas cosas, que aunque escritas para el regusto de los cofrades, son en el fondo para Ti y nada más que para Ti. Y no he querido saber nada de nada, porque no me ha hecho falta. No he querido saber de lo que te fuesen a pregonar esta tarde, y bien que lo he podido saber, de pe a pa. Y no he ido tampoco a escucharlo de viva voz. Así se planteó en su momento y así ha sido cumplido. Yo no suelo prometer ni jurar, pero una petición aceptada con gusto, siempre ha de cumplirse...


Se, que lo que te hayan dicho esta tarde, habrá partido de las aguas mansas de una Mar inmensa, en cuyas profundidades late un alma cofrade, quizás poco conocida, pero valiente, cercana, amiga, y sentida, que se que te quiere como solo se te puede querer, pues de la mano la llevaron bien pequeña a verte crucificado por las calles de nuestra ciudad. Un vinculo, a veces no tenido en cuenta, que en el fondo siempre la ha perseguido. La he visto retransmitir tu salida más cercana, la del año pasado a través de las ondas hertzianas, esas por las que pierde la cabeza en el mejor de los sentidos, y con las que se que tanto disfruta. La he visto llorar a moco tendido, cuando te has quedado en casa por las inclemencias del tiempo, porque la tuve que consolar mas que a muchos hermanos tuyos que blasfemaban por no poder salir y no cumplir su relevo de tal o cual sitio. Y la he visto emocionarse solamente con pronunciar Tu nombre, Redención. Y sé, que no se te habrán dicho cosas de cara a la galería, buscando el aplauso fácil y la rima sencilla... sino que todo lo expresado habrá sido dirigido directamente a Ti.


Habrá buceado en tus aguas redentoras y en Tu historia. Habrá paseado en Tu playa y en la suya, para luego hacerse a la Mar y poderte traer plegarias hechas prosa y poesía recién pescadas para Ti. Se habrá empapado de la luz y del color que tu cartel desprenda, los cuales ya veré en escaparates y establecimientos de mi Zaidín cofrade y trabajador. Y seguro que habrá tenido momentos de venirse arriba, con el rugido y la fuerza que solo puede desprender la Mar, para decirte lo que yo ya se, sin haber leído ni una sola frase de su presentación, ni maldita la falta que me hace, ni me ha hecho falta. Seguro que habrás disfrutado y mucho, estando esta tarde... en la Mar de tu Redención... estoy completamente seguro, Redentor, Cristo amigo y vecino de mi barrio... pues una sonrisa tuya, clara y abierta, me ha llegado hará unas horas... y eso es que ha sido así. Como debe de ser... así na más...

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Foto cedida por Victor Ovies, de su web www.granadaphoto.com

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