Los que se meten bajo la oscuridad del faldon

sábado, 13 de noviembre de 2010

Tres minutos, tres besos y tres golpes...


De cuando en cuando te miro. Me gusta hacerlo desde la distancia. Me encanta verte y mirarte al venir de lejos y también de lejos, observarte en tu iglesia. Desde el último banco o lo más cerquita de Ella. Ya tu sabes, no??... las cosas que siempre se hicieron y que siempre sentaron bien, no hay porqué cambiarlas. Hay costumbres que no hay que perder. Y otras que merecen ser recuperadas. Yo las mías las mantengo, o al menos se intentan. Algunas, Señor... solo algunas. Porque hay otras que es mejor no meterse ahora mismo en gastos. Procuro estar siempre a tu izquierda según te miro, y desde el fondo de la iglesia de María Auxiliadora, pues no creo que yo sea nadie que merezca estar a Tu derecha. Y de paso, así tengo la excusa perfecta, para estar siempre a la verita de Tu Madre... que todo lo puede, lo sabe y lo tolera... más de la cuenta muchas veces. Pero es que Ella es así...


Sabes que te miro de lejos, Señor. Siempre lo hice. De cuando en cuando lo hago, inmóvil, extasiado al contemplar tu dulce y honrosa muerte. Y lo seguiré haciendo, porque simplemente me encanta. Y otras veces me acerco tanto a Ti, que aunque con cierto reparo, me armo de valor y te miro a los ojos, y no te creas que no me sigo perdiendo en tu mirada moribunda y tremendamente calmada. Pellizco. Como el primer día. Igual. Como aquel sábado de pasión, en el que el agua nos sorprendió y tuvimos que regresar a casa velozmente a mitad de un via-crucis. Recuerdo mis manos en tu cuerpo, secando la lluvia que se posó sobre ti, porque no tenia nada ni en nadie mejor que hacerlo. Nada de eso ha cambiado de cuando te miraba de niño a cuando ahora te miro. Nada. Todo sigue igual. Tus pies siguen fríos e inertes. Y yo sigo siendo el mismo. Tu espectacular sudario, sigue intentando abrigar siempre una muerte, que ya es eterna y con la que yo empecé a echar los dientes cofrades y costaleros,y sigue inmóvil. Sin vuelo alguno, sin que siquiera lo roce el aire. Cayendo desde tu cintura maltrecha para recogerse maldito por un clavo que te ancla al madero de mis penas y de mis pesares. Tus carnes blancas y marfileñas, sin apenas vestigios plásticos de tu calvario ni de tu tremenda agonía, y siempre en tensión, no relajados ni después de tu muerte. Y yo sigo siendo el mismo. Tu cabeza inclinada sobre el pecho, la cual cayo tras haber expirado en el mismo momento que el velo de un templo falso, embustero y fariseo, se rasgó en tres partes. Porque tuvo que ser en tres, no me cabe la menor duda. Esa cara tapada, y que a lo lejos apenas nos deja ver unos entornados ojos que días antes brillaban a lomos de un jumento glorioso entre palmas y olivos. Tu pelo, con ese mechón que juguetea con la gravedad, aun no se ha desprendido totalmente de tu cara. Y yo sigo siendo el mismo. De cuando yo te miro...


Pero cuando yo te miro desde tan cerca que duele, lo hago siempre desde abajo. Me gusta verte así y me eriza la piel a partes iguales. Me siento tan pequeño y tan misero, desde aquí abajo, que tan solo me queda agarrarme a tus pies. Sentir que eres mío, como yo lo soy y lo seré siempre de Ti. Eso es una cosa que no dejaré de hacer mientras tenga vida y mi sangre brote a borbotones de este corazón, cofrade, salesiano y redentor, le pese a quien le pese. La costumbre ya tomada hace tantísimo años, se ha convertido hace tiempo en tradición. Me gusta llegar por las mañanas temprano a tu iglesia y observarte desde el fondo de la misma, antes de echarle un guiño a tu Madre que sigue arrinconada en la misma esquina de siempre. Después, y desde el mismo fondo, escuchar la misa matutina que en Salesianos tienen a bien hacer a eso de las ocho menos algo de la mañana. Cuatro, cinco, lo más seis personas... y TU. Siempre TU... y yo.


Luego, una vez terminada la eucaristía, me acerco, y me agarro a tus pies con el deseo de ser de ti, y de que me ampares en un nuevo día que echa a andar. Muchos me han preguntado ya alguna vez, "¿¿y eso que haces, siempre que termina la misa y vas y te agarras a los pies del Señor durante un rato??"... no lo se, porque no tiene explicación ninguna ni se ya desde cuando llevo haciendolo. Pero llevo ya tantos años siguiendo mi propio ritual ante Ti, que si no lo hiciese creo que me sentiría extraño, y no es un automatismo ni un acto fingido ni nada artificial. Sale solo. Como así salió en su día y a mi me hace sentirme bien conmigo mismo y con el... esos tres minutos junto a El, me reconfortan el resto del día, de la semana o del mes... esos tres padres nuestros, rezados mientras mi cabeza gacha le muestra cuanto respeto El se merece y yo le brindo... esos tres besos que van de mi boca a los dedos de mi mano derecha, la misma que te ha estado sujetando Tu pie derecho y dolorido y que van luego tres veces a ese mismo pie, que inerte se apoya en el izquierdo mientras un clavo, seguramente golpeado por mi tantas veces que ya no las recuerdo, te atraviesa y te ancla al madero de mi desesperación, de mi tormento y de mi propia redención... tres golpes con mi mano derecha que golpean con fe mi pecho y retumba mi corazón mientras me siento rescatado por Ti una vez más... tres... tres pasos hacia atrás, con los que me alejo de Ti sin darte la espalda en ningún momento, y hasta otro día más, que siempre está por llegar... y tres veces con la rodilla en tierra, que me persigno y te digo por lo bajito: "Señor, perdóname por la llaga de tu costado, por las llagas de tus manos y de tus pies... y por la malafollá que yo gasto... ¡¡ay, Señor!!... sí, perdóname, pues no encontrarás mayor pecador que yo. Aquí estoy, Señor... rescata mi alma, y guía mis pasos...


Hágase siempre tu voluntad... Cristo de la Redención, Señor siempre que has sido el Cristo de mi casa, El Nazareno clavado al madero en el que yo me apoyo y busco sustento, el vecino de mi barrio, el compañero mio de pupitres y lapiceros, de pelotas y de patios, de zapatillas gastadas por ir a verte tantas tardes en las que mi madre sabía donde encontrarme. Cristo Salesiano de rejas antorchadas al caer la madrugá, de tenderetes y toldos una y mil veces montados y desmontados, de noches en vela guardando lo más preciado cual "armao centinela", destino final de chicotás inmortales en noches de luna llena que no existe cuando tu pisas las calles, porqué para mi esos días la Luna es una inmensa Hostia a punto de comernos y devorarnos a todos. Tu, Señor de la Redención, eres el principio y el final de todos mis caminos, la leve angustia que atesoras en tus costeros con la mecida justa que tu muerte se merece, la pureza bendita que se te escapa en la mirada cadáver de un cuerpo que aun parece tener vida, el soplo que alimenta mi fe con los regueros sangrientos de tus heridas, la lima que araña mi alma y le da sentido a mi vida, a mi ser, a mi caminar, a mis noches en vela, a mis días plagados de sonrisas para cuando me hayan de faltar. Lo eres todo, porque siempre ha sido así... y no hay más.


Amigo... tu sabes de mi más que nadie en este mundo... por eso, no dudes jamás de mi querer, y sonríe conmigo cuando se me escape una sonrisa al verte como cada día. El domingo nos veremos de nuevo, y serán otra vez para nosotros esos tres minutos. Para ambos dos, a solas entre tanta gente. Otros tres minutos más, intensos, inmensos, impares, eternos, gloriosos, inmortales, efímeros, lentos y cortos, pero gratificantes a más no poder... como lo serán esos tres besos a tu pie malherido e inerte, como lo son esos tres golpes en mi pecho porque esos si que me los doy yo a mi mismo, porque me los puedo dar, y como son esas tres cositas que te diré... y que te digo siempre, y que no pueden ser más que estas tres palabritas que resumen mi vida... y que ya forman parte de mi, de mi manera de ser y de estar... de mi oración costalera, cofrade y cristiana. Y que sin ellas, yo no sería nada ni nadie...

"Áhyh Ashr Áhyh..."

Porque se perfectamente quien eres... y yo... bueno,... yo soy el que soy...

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Foto cedida por Victor Ovies, de su web www.granadaphoto.com

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