Los que se meten bajo la oscuridad del faldon

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Una gota que golpea el suelo...

Una gota caliente abandona mi apretada sien y se deja caer pausada y lentamente por mi frente. Resbala por mi ceja y se vuelca hacia el lado izquierdo de mi cara. Parsimoniosa, abandona mi mejilla para golpear inexorablemente contra el suelo. Es sudor. La noche ha caído y hace calor. Mi cuerpo se presta otra vez a seguir con el trabajo encomendado. Un remolino de murmullos invade la zona donde por momentos el clamor se hace más intenso. Paro. Un golpe seco que retumba en mis entrañas es la señal que necesito y esperaba... y mi carga queda depositada en el suelo. Me pongo de pie y respiro una vez más intentando desentumecer mis brazos, los cuales hormiguean del esfuerzo. Mi pecho coge el aire viciado que apenas está ya cargado de oxigeno. El clamor de la calle se hace cada vez más eco en mis oídos, los cuales perciben voces conocidas que te alientan y que te dan la vida. Se que estáis ahí, fuera.

Otra pequeña gota de sudor recorre mi brazo y abandona su camino al llegar a la muñeca. La siento caer al vacío, mientras en la penumbra, siluetas y sombras se ven moverse y se les oye respirar acompasadamente, incluso gemir, algunos lloran, y otros rezan. Porque en esta bendita oscuridad hay sitio y tiempo para todo. Un chascarrillo que nos levanta el ánimo en el momento justo y que nos da fuerzas siempre para otra más. De pronto un silencio expectante. Llega cuando menos te lo esperas. Sin embargo, los oídos te zumban y el corazón extraño se activa y acelera su pulso. La sangre fluye a velocidades vertiginosas y te insufla un poder y una fuerza, producto del querer, que nunca creíste tener. El bello corporal retiene entonces de nuevo, miles de gotitas que implacables van minando tu sed y tus fuerzas. Sudor que se te pega en la camiseta y en el costal. Te remangas los pantalones intentando buscar un poco de fresquito entre un mar de piernas que están soportando la muerte anunciada del redentor.

Y ese silencio..., de esos que irritarían al mismísimo diablo. Silencio que derrotó a Herodes y al Sanedrín. Silencio capaz de hacer saltar a las piedras. Silencio con el que tu pronuncias que estas muerto. Y tras el, cuatro golpes certeros y sonoros que nos avisan de que lo bueno, otra vez está por llegar. Por un momento, el murmullo que hacía segundos se parecía al tremendo zumbar de una colmena de abejas calla y solo se oye una voz lejana, de ultratumba, que llama a las puertas del cielo y a nuestros corazones. El palpitar del mío apenas me deja oír lo que se dice. Alguien que está por detrás de mi y al que no veo pero siento, contesta. Mi cuerpo reacciona al compás de mi mente. Agacho mi espalda, arqueo mi cuello y me coloco en el palo. La conversación ha terminado. Y otra vez ese silencio que te mantiene atento. Mis sentidos se agudizan, mis músculos se tensionan, mis manos agarran fuertemente un madero el cual me sirve de apoyo a mi, y a mis compañeros que van delante mía de basamento para cargar con los pecados que atesoramos y por los que vamos cumpliendo cada uno nuestras penitencias particulares, bajo esta oscuridad bendita que nos proporciona siempre un faldón.

Una voz se alza poderosa... y mi cabeza estalla de emoción y sentimientos, muchas veces encontrados. Dame fuerzas, Señor. No me abandones como yo te abandono a diario tantas veces, que ya ni las cuento, porque ni me acuerdo. Solo se donde estoy. Y estoy donde quiero. Haz que la próxima siempre sea mejor que la anterior. Libranos del mal. Enjuaga mi llanto que se entremezcla con mi sudor, con tu sudario marchito y ajado, impregnado por el rojo de una sangre que mana pureza de tu costado herido y atravesado. No me dejes caer en tentaciones que sean malas para el cuerpo y tantas veces angustiosas para el alma. Que el pan nuestro de cada día llegue a nuestras mesas limpio y puro. Perdona a aquel que no lo hace y si lo hace siempre pone peros. Enséñanos a caminar junto a Ti, con los sacos vacíos de reproches y los bolsillo cargados de nuevas ilusiones y eternas melodías.

Haz de mi vida lo que tu quieras, Señor... si ya estoy tan cerca de Ti, que puedo sentir tu aroma a Verdad, oler la Gloria que resuma la resina de un madero del que pendes como vela que me ha de llevar a una playa que desierta no estuvo nunca. Señor estoy aquí, con mi aliento calentando tus pies fríos e inertes. Con mis cinco sentíos puestos a lo que mande el capataz, pero sabiendo siempre que por encima de él siempre estarás Tu... hazme solo un favor... permiteme siempre una chicota más... solo una... esa que me falta por dar...

¡¡¡A esta éh!!!... y de nuevo ese silencio mortal, herido, callado, mudo, frío y calculado. La mano se alza y un golpe duro, bronco, profundo y seco, golpea el metal contra el metal y retumba en la madera dorada sobre la que se levanta tu impresionante calvario. Evangelistas en las esquinas para mostrar al mundo Tu buena nueva y lumbreras de guardabrisas que apenas iluminan tu rostro moreno y cansado... el sonido del llamador impacta en mi corazón, que vuelve a latir con fuerza acelerando mis neuronas y acentuando mi querencia al palo y a Ti, siendo ahora y durante toda la chicotá mi latido el tuyo, para que perdure en los tiempos y que sepa todo el mundo que Tu, Señor, no estás muerto, y que estás simplemente dormido. Que te llevamos a casa, para que descanses en la gloriosa presencia del Padre. Mientras, otra gota que empapa la arpillera, una luna que no existe, un vacío entre mis pies y el suelo, un cuerpo en tensión que hoy lo pongo una vez más en tus manos y un impacto en mi cerviz... imperceptible amortiguo el peso de mis pecados mientras una gota resbala por mi mejilla empapada en lágrimas, las cuales ya no me puedo secar hasta que termine esta chicotá... da igual Señor... en el angulo que forma mi cara con mi cuello, pierde el equilibrio y cae inexorablemente hacía el vacío oscuro que bajo el faldón cambia nuestras vidas a cada paso.

Míranos, Señor... nosotros, tus costaleros, también estamos intentando cambiar el mundo... y mientras la gota cae y golpea contra el suelo. Una gota caliente que abandona mi apretada sien y que se dejó caer pausada y lentamente por mi frente. Resbaló hasta llegar a mi ceja y se volcó hacia el lado izquierdo de mi cara. Parsimoniosa y sin bulla abandona mi mejilla para golpear contra el suelo. Es sudor. La noche ha caído y hace calor... y Tu, eres hoy y siempre, quien motiva mis sueños... y yo, te doy toda mi vida... chicotá, tras chicotá...


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