Todos, muchos pellizcos, todos ellos juntos y cada uno dejando una pequeña punzada con una daga imaginaria en el corazón. Puñales de dolor, de muerte, de desesperanza, de rabia contenida, de larga y cansada "passio"... Dios en Córdoba ha muerto... y las calles se llenan de silencios, mientras el Señor se pasea inerte pisando fuerte los empedrados del casco histórico de la ciudad califa. Urna que nos amarga el cielo de la boca y que nos deja el regusto de la sangre vertida por el agujero donde se clavó un madero, y se cuela hasta las mismas entrañas de la tierra, hasta mezclarse con el magma de nuestras almas encendidas, prendidas por tanto amor, y que no sabemos utilizarlas. Señor, tu muerte no será en vano, jamás lo fue... pero hoy permíteme que se me agríe el llanto, que se sequen las cuencas de mis ojos, que grite en silencio y que las puertas de los cielos se abran mientras los velos de nuestros templos se sigan rasgando en cada hora nona... tres de la tarde... se va el sol, y una bruma inunda con su halo de tristeza las calles cordobesas... es Viernes Santo, y todo es un pellizco...
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