Los que se meten bajo la oscuridad del faldon

viernes, 25 de marzo de 2011

Las calles que me llevan...


Las calles que me llevan a ti son a veces tan extrañas, que un latigazo soberbio recorre de punta a cabo mi cuerpo. Hay días, en los que simplemente pasear por ellas, todas me recuerdan a Ti. De día, el bullicio de los transeúntes que en sus cosas van pensando y apenas les da para acordarse de ti, hacen que tus calles estén repletas y llenas de vida. Una vida comercial, laboral, turística y estudiantil, como solo tiene las calles del centro y las más cercanas a tu casa. La mañana nos deja ruidos y prisas. Almas que vagan a lo máximo que les dan sus pies, siempre a la carrera. No se paran, no miran, no disfrutan y quien sabe Señor si es que viven o tienen vida. Los problemas del diario. Las verdades que nos sujetan. Y la mentira que nos persigue, cámara en mano. El trípode de las vergüenzas... 


Sí, Señor... tus calles a veces son tan extrañas, y encierran tanta mentira y tanta verdad, que pasear por ellas sobrecoge de mil maneras distintas. Y otro latigazo más, que echarse uno a las espaldas, mascullar sin ganas seguramente, y tirar "palante". Con miedos, con dudas, con angustias, con ira, con desazón, con la poquita ilusión que a uno le queda. La mañana se va con el ruido, que por fin deja descansar los oídos. Y aunque los míos zumban, algo me dice que me he de tranquilizar. A media tarde, más o menos a la hora del almuerzo, todas tus calles se quedan prácticamente vacías y casi que mudas. Poca gente en ellas, la cervecita de medio día, el almuerzo en alguna de sus tabernas o establecimientos donde disfrutar de un buen cachico de pan y algo más que echarse a la boca. Y mientras unos almuerzan, otros sueñan y algunos siguen trabajando, es entonces cuando se puede aprovechar para darse una vueltecita tranquila por ellas, contemplarlas, sentirte en todas ellas. Y dejar que todas, todas, me lleven a Ti... siempre...


Por la tarde, tras el café solo y amargo, que se tomó calentito y con leche pero sin compaña, vuelta a empezar. Y el bullicio se hace nuevamente presente. Un constante redundar de sonidos inteligibles, que nos martillean el coco. Motos, coches, obras, voces, ruidos. Comercios que abren sus puertas, personas que caminan en busca del jornal, simples espectadores de escaparates, paseantes, visitantes venidos de fuera, vecinos del barrio de toda la vida, y algunos, los que se lo puedan permitir, que buscan en un simple café la sonrisa cómplice de una vieja y forjada amistad, el brillo de los ojos que en su día se apagaron, o simplemente el de una nueva comisura a la que decirle los te quieros... cuanto sabrán las azoteas de tu barrio??...


Y se va la tarde, de buenas a primeras y tal como vino la mañana y el mediodía. Y con la misma prisa de siempre, de ese tiempo que no cesa en su empeño de recortarnos las horas de vida y acercarnos más a la paz eterna, llega la noche y los negocios cierran sus puertas y bajan sus persianas, atosigados y agobiados por esta crisis que les merma el alma y los bolsillos. Los comerciantes echan la alarma una vez más, mientras miran de reojo el arqueo de la caja diaria con más pena que gloria. Los que cruzaron las arterias de tu barrio para buscarse el jornal, lo habrán ya atravesado nuevamente en su camino de vuelta a casa. Los visitantes, quizás ya no estén ni en Granada. Los vecinos del barrio, los de toda la vida, se recogen en sus casas y los te quieros se habrán hecho eco en las comisuras de algunos labios, y quien sabe ahora... donde retozarán... !!ay, si hablaran las azoteas de tu barrio, Señor!!...


Sin embargo, y tras todo el paso de la jornada, Tu sigues ahí. Al final de todas estas calles. No se te ha movido ni un ápice, esa mueca de dolor y de templanza. Tu dolor sigue siendo el mismo, y tus hechuras las más divinas. Tu pelo se sigue enredando constantemente en tu cuello, y tu sangre brota perenne de tu nariz golpeada y resbala por tu labio superior, hasta hacerte notar el sabor de la sangre real. Tu mejilla ni se hinchó ni se amorató más de lo que ya estaba. Tu frío, ese que me recorre a mi el cuerpo entero, sigue siendo el mismo que la noche en la que te condenaron. Tu mirada serena y plagada de humildad y sabiduría, no se ha levantado, y mira que bien pudieses haberlo hecho para decirnos a todos... ¿¿que carajo estáis haciendo??... De tus pies descalzos, sigue siempre adelantado el izquierdo, como debe de ser... Señor... ¿¿¿Cuantas veces te habrás cruzado hoy en mi camino y yo no me di ni cuenta???... ¿¿¿Cuantas veces me has dicho paseando por tus calles, ven, y yo he mirado seguramente para otro lado???... ¿¿¿Acaso, es más importante mi condición humana y pesa mucho más la conciencia, que el puñado de cenizas en el que sé que me convertiré???... No lo se, Señor de la Divina templanza. No lo sé...


No lo se, Señor, dulce Jesús del Rescate. Te puedo decir a día de hoy que no lo se. Que a mi también las cosas se me atraviesan y se me atragantan. Que a mi también me da dentelladas la vida casi todos los días. Que mi cielo azul del mediodía, también se convierte muchas veces de buenas a primeras en noche cerrada, oscura, fría e inerte. Muda, como tus calles al llegar la madrugá. Esas mismas calles mudas, a las que solo unos pocos le damos vida un puñado de lunes al año, bajo una parihuela también fría, inerte y de negro metal azabache. Y así son tus calles, casi que todos los días la misma sensación. Calles distintas siendo las mismas. Calles extrañas, siendo familiares. Calles de amores y de odios, tan parejos como verdaderos. Calles altaneras y orgullosas del pasado que las pisó, del presente de quienes las pisamos, y esperanzadas con el futuro que las pisará hasta reventar tus calles y las aceras... pisa fuerte la calle, siempre...


Algo me invita, me llama, me atrae, me guía y me refresca la memoria cuando por ellas paseo. El lazo que nos unió, las tardes que fui a verte, los lunes que siempre fueron de sol porque la luna no existe, las cosas que te dije y todas las que tu me enseñaste. Los viernes de santas misas, y las cervezas con los amigos. Las sonrisas en los bancos que crujen cada día más bajo el peso de nuestros pecados. Y los suspiros de tus aceras. Tus calles me dan la vida Señor, así que no me apartes de ellas. Si no las piso de vez en cuando, me falta el aire y el oxígeno con el que alimentar cerebro y alma. Si las piso a menudo, me dislocan y trastocan mis sentidos.. Yo no se que tendrán tus calles... que todas, todas... me llevan a ti... siempre...

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Foto cedida por Victor Ovies, de su web www.granadaphoto.com

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