Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...
Caminando. Eso dijo el poeta, caminante no hay camino, se hace camino al andar, siempre. Pero los andares y las hechuras morenas de uno de los Señores que bajo la cruz caminan de formas y maneras distintas, no son los mismos que los de los demás. Los metales se baten el cobre, mientras las notas flamencas de las cornetas nos anuncian una nueva madrugá por San Román, con la que los sentidos se despiertan y las emociones se hacen palpables. Un río de fe inundará las calles, para decir que aun siendo gitanitos, son y serán siempre de El y por El salen de nazarenos, iluminando con su caminar el lento caminar del Señor...
Entonces El, que es el Dios de los Gitanos, el Padre de los errantes y los desprotegidos, el Señor de los de la raza calé, el Salvador que da vida a los juncos tronchaos junto a las orillas peregrinas donde todos bebemos alguna vez, El Undebel que nos dejo su vida, el Bendito salvador moreno que bajo el peso de la cruz perdona los pecados al compás de las mareas que nos brindan las noches en calma, El, y solo El, aparece en su reluciente y dorado paso, flanqueado por cuatro faroles martilleados y repujados con las letanías de los soniquetes de una fragua, gitana y cabal, que esculpieran hombres buenos como el que se nos presenta a la Hispalis cofrade, al llegar la velá del viernes santo...
Sus dominios, somos todos nosotros. Su fin, reventar la madrugá, para cerrarla un año más entre seguirillas y soleas. Su cometido, redimir al mundo bajo el peso de nuestros pecados, y brindarnos la posibilidad de una salvación eterna que nos deja el Señor con un nuevo amanecer. Su postura, siempre la misma. Aguantando los kilos de su cruz siempre arriba, como sus costaleros lo llevan en volandas. Con los kilos arriba, los costeros fijaitos, los pies juntitos, aguantando la mecía cortita siempre en todo lo alto del costero, los pies por igual tanto el izquierdo como el derecho... derroche de fe, y de andares flamencos para los que no todos sirven, y para los que no todos valen...
El compás aflamencado siempre sentido y llevado por tarantos y bulerías, la magia de una de las noches que quizás no llegue a vivir nunca jamás, el moreno de su cara y de sus cabellos, la salud que derrama en cada chicotá por las calles de Sevilla, y el perfume que deja el incienso que lo acompaña y le da gloria, lo santifica y nos deja el alma encojida...
¡¡¡Ay Señor de la Salud, es que Tu caminas, claro que si...
pero siempre vas por tientos en la madrugá...!!!
Entrada dedicada a Agustín Ortega, que tiene la grandísima dicha, de ser de TI...
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