La noche es fría, pero por fin ha llegado. Y tras esperar toda la tarde de manera impaciente a que pasaran los minutos, los cuales se multiplicaban eternamente en el segundero de un reloj imaginario, que no parecía querer mover sus manecillas ni pasar jamás las horas, ella, la que luce por bandera una luna que no existe, ya nos acoge en sus entrañas oscuras e inertes. Su aliento gélido me atiza sin clemencia en la cara camino al lugar marcado, y no me deja sentir mi nariz. Mis pasos me guían hacía el mismo rincón de siempre, nervioso y algo alterado, como si fuese la primera vez que lo hiciera. Y ya van veinticinco años.
Las calles por donde camino, aparecen cuasi que vacías. Normal. La temperatura en estas fechas, no invita alegremente a estar en ellas. Mi barrio, en claro contraste con el devenir de gentes que atesora a primeras horas del día y a ultimas de la tarde, se encuentra, yo diría, que bastante más que desangelado. Ni un alma, mientras solo escucho mis pasos y pienso en mi destino. La larga avenida, que horas antes estallaba en ruidos de coches y peatones, ahora se muestra silente y vacía. Aligero el paso...
Las manos en los bolsillos, el cigarro en los labios y el corazón en el pecho, a punto de estallar. Toso. La edad, que no perdona y este maldito tabaco que se adentra en mis pulmones. Y aun sabiendo que su humo los hiere y les acorta su posible más que larga y longeva vida, a cada paso que doy, una calada más que me ensancha el torax y me acorta mi estancia entre vosotros. Me paro en un cruce junto a la calle Santa Clara. Ya estoy cerca, y un latigazo recorre mi cuerpo. Ya apenas siento el frío, ese que hace apenas unos minutos coloreaba mi nariz y la volvía insensible. El calor de lo que está por llegar, alienta mi alma y acelera quizás mis pasos, los cuales buscan el final de una calle, la cual siempre la recuerdo de "recogía" y a altas horas de la "madrugá". Aquellos años que pasamos por Santa Clara de vuelta a casa, siempre quedaran guardados en mi memoria.
Cruzo a paso ligero y firme la avenida de Cádiz. Que de recuerdos me trasladan de repente a mi niñez, recorriendola toda de punta a cabo, de pitón a rabo y de arriba a abajo, camino de Granada. Porque de niño, ir a Granada, era tener que salir del barrio. Buscando callejear para salir cuanto antes al camino de Ronda, en tardes de paseos hacia el centro de mi ciudad. Avenida de Cádiz, cuyo nombre me evoca comparsas de estribillos inmortales y de aguas quietas y "tapás", y chirigotas que más de un "esaborío y malafollá" de nuestra querida Granada, aun no entiende ni entenderá. Esto es así... y no hay más.
Me adentro decidido en otra calle de mi barrio. Quizás la que más y mejores recuerdos me trae, por mi querencia a sus playas, a sus calles y a sus gentes. A la que fue mi segunda ciudad y primera residencia estival. La que me acerca con el corazón, a un corazón que latió al compás del mío y del que se perfectamente que hubiese dado su vida por la mía, sin dudarlo siquiera un momento. Ciudad que me enseño a convivir con gentes que solo veía unos pocos meses al año, una temporada corta pero intensa. Esa pequeña población costera que ha crecido tanto con el paso del tiempo, que lo del "P-4" ya no se sabe muy bien "que es lo que es".
Almuñecar... la calle Almuñecar. Donde di mis primeros pasos costaleros después de salir de Salesianos en tardes de miércoles y jueves santos... y Almuñecar pueblo, donde aprendí el significado de las palabras "abuela", "adoración", "amor", "familia", "infancia", "amistad", "sol", "mar", "luz", "sal", "espuma", "sanité", "playa", "chirimoya", "penitente", "Borriquita", "San Juan", "Jesús Nazareno", "Dolores" y "Semana Santa"...
Y Alumñecar, donde de la mano de una señora de pelo blanco de moño ajustado y siempre vestida de negro "por el que dirán", yo bajaba a la calle corriendo, después de descubrír como distinguir a lo lejos, el característico sonido de un tambor, mientras asomado a el balcón del primer piso del numero uno de la sexitana calle Sevilla, esperaba el paso de las cofradías de esta querida localidad en la que me hice quien soy, y en la que tuve mis primeros escarceos amorosos con lo cofrade y sus mundos, pues son muchos y diversos. Todo está relacionado en mi vida, no creo en las casualidades...
Si tenía que haber una calle donde ponerte un azulejo, Madre mía de la Salud, esa era la calle Almuñecar. Estaba de "Dios", porque así El lo quiso ya de antemano. Al pasar por debajo de la cerámica que me alegra los días, con la noche ya estrellada y ausente de todo frío que ya se disipó por el abrigo que da la cercanía de lo querido y lo añorado, me paro. Y al igual que hago al pasar por las mañanas temprano al llevar a los niños al cole, me santiguo a tus plantas. Siempre a tus plantas, Reina y Señora, tal y como dice la letra de la canción. O me echo otro cigarro más, una vez ya salidos del trabajo a mediodía, mientras te pido salud para los míos, o te cuento que tal me ha ido la mañana cuando ya cercanas las tres de la tarde, espero a que mi prole salga de la escuela llenita de patios donde eché los dientes, para acompañarlos a casa para almorzar. Siempre Tu, presente en mi vida desde que mis pasos me guiaron a Ti por primera vez... hoy lo sigo haciendo... aunque mi labor ya no sea la misma... ni nadie me espere realizando corrillos, donde se habla de lo mismo de siempre...
Subo las escaleras, y ahí están. Los que han sido mi santo y mi seña, durante 25 largos años. Años que no pesaron ni pesaran jamás, pues con gusto se vivieron. Me los bebí todos a sorbitos tan pequeños, que me acuerdo de cada trago, de cada segundo y de cada instante. Al margen de Ellos dos, que son mi Dios zaidinero y la que me quita y me da la vida a partes iguales, "ellos" han sido mi estar y mi sentir. Mi querer y mi poder. Mi luchar y mi pelear. Mi querencia bendita por las que pasar estos fríos de invierno en las calles ya cerradas. Ellos han sido el motor de mi busqueda incansable por traerlos de la mejor manera posible de nuevo a casa. Ellos han sido por los que siempre he estado presto y dispuesto a lo que sea. Siempre a una chicotá más. Un trabajo que quitarle al que ya no podía, o un capotazo al amigo que "se escaquea de vuelta". Y ellos también han sido mi alegría y mi condena a partes iguales. Bienvenida sea la condena, si es que ha sido por y para ellos. A mi no me pesará jamás, haber hecho lo que hice, cuando lo tuve que hacer. Y por eso hoy, le pese a quien le pese, una palabra suena y todo el mundo sabe perfectamente quien es, que hizo y por quienes estuvo... y esa palabra es "Abuín"...
La noche es fría. Por fin he llegado. Y tras esperar toda la tarde de manera impaciente a que pasaran los minutos, los cuales se multiplicaban eternamente en el segundero de un reloj imaginario, que no parecía querer mover sus manecillas ni pasar jamás las horas, ya me acoge en sus entrañas oscuras e inertes. Su aliento gélido ya no lo siento. Mi nariz ya la vuelvo a sentir, y mis manos ya no están metidas en mis bolsillos. Todo lo he cambiado por la calor del abrazo amigo y hermano, cercano, del arte a espuertas del compañero de trabajadera, de la silente oscuridad de un faldón azul terciopelo que atesora tantas y tantas horas de buenas, duras y largas chicotás, que ya pueden decir lo que quieran, porque todas ellas están grabadas en la memoria costalera del que esta noche os escribe...
O será que no lo escribo, sino que lo estoy soñando... pero esta noche... para mi esta noche, es jueves... y toca noche de ensayo...
Pd: entrada dedicada a todos los que fueron, son y serán miembros de la Cuadrilla de Hermanos Costaleros de la Real Cofradía de Penitencia y Hermandad Salesiana del Santísimo Cristo de la Redención y Nuestra Señora de la Salud. Que me gustaba en mi cofradía, un ensayo los jueves... al llegar la noche...
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